¿Una civilización intraterrestre habitó la Tierra desde hace 250.000 años en Ecuador? Los misterios insondables que albergan cada rincón poco conocido del plantea, puede generar un sinfín de oportunidades sobre cómo pudo ser el pasado.
La Cueva de los Tayos, la legendaria y misteriosa formación de Ecuador.
Los misterios insondables que alberga cada rincón poco conocido del planeta, puede generar un sinfín de oportunidades por conocer más sobre cómo pudo haber sido el pasado, remoto y no tanto, de quienes forjaron las civilizaciones que anteceden al mundo, tal como se lo conoce hoy.
Por eso, cada sitio nuevo o lugar inexplorado, cueva, pasadizo, pero también cada monumento, escultura, pintura o artesanía que se encuentra, ya sea enorme o de ínfimas proporciones, todos aportan datos invalorables que muchas veces sorprenden a investigadores, arqueólogos e historiadores, porque generan la sensación de que la verdad está más cerca, con respecto a la preguntas recurrentes: ¿De dónde venimos? ¿Quiénes somos? ¿De quiénes descendemos? En ese contexto, Ecuador es uno de las tantas naciones americanas que aún tiene mucho por descubrir. Un ejemplo muy acabado es la llamada Cueva de los Tayos, sitio que si bien se conocía desde mucho antes fue re descubierto hace algo menos de 50 años por el investigador húngaro-argentino János Juan Móricz (1923–1991) y que ha develado varias cuestiones para analizar y muchas otras que se llevó a la tumba. Situada en las faldas septentrionales de la Cordillera del Cóndor, una cadena montañosa oriental de la Cordillera de los Andes, a una altitud aproximada de 810 metros de un suelo irregular, existe la entrada más conocida, quizá la principal pero no la única a un mundo subterráneo que, quizá, haya albergado alguna vez una civilización ya extinguida relacionada con el siempre misterioso inframundo y, lo más sorprendente, emparentada con los jíbaros. Esto es lo que se sabe…
Como una chimenea La entrada más conocida al intrincado mundo subterráneo de la Cueva de los Tayos tiene por acceso un túnel que, a diferencia de los habituales, se hizo en forma vertical, algo así como una chimenea de aproximadamente 2 metros de diámetro de boca y que supera largamente los 60 de profundidad. Con estas características, imaginar un descenso fácil es imposible. Es más, no cualquiera puede transitar ese canal descendente. Por eso mismo, quienes lo descubrieron y han investigado el sitio han utilizado una soga a modo de cabo y una polea para bajar,. De allí, un verdadero laberinto se abre al explorador por kilómetros de enigmas bajo tierra, que deben ser recorridos en la más absoluta oscuridad. Las linternas más potentes son nada ante semejantes galerías, que bien podrían albergar un gran edificio de departamentos en su interior. Pájaros nocturnos El nombre de la Cueva de los Tayos tiene su razón de ser: en esas numerosas cavernas que se conectan habitan ciertas aves nocturnas, cuya visibilidad es casi nula y cuyo nombre científico es Steatornis Caripensis, pero se las conoce como tayos. Es la misma especie que se ha hallado en otras cavernas sudamericanas, aunque se las llama de otra forma, como por ejemplo se denomina a los guacharos en Caripe, Venezuela. ¿O será que todas las grandes cavernas que recorren extensas zonas bajo tierra del continente están en realidad interconectadas, y por eso las mismas aves aparecen en sitios tan distantes? El descubrimiento János Juan Móricz estuvo por años recorriendo el territorio sudamericano, buscando como ingresar al inframundo. Es más, aseguraba que se podían encontrar entradas en varios sitios del continente. Sin embargo, luego de mucho transitar decidió enfilar rumbo a la Cueva de los Tayos. En las inmediaciones habitan la región de los Shuaras, quienes hace décadas eran más conocidos como los Jíbaros, que aunque para ellos era una forma despectiva de ser llamados, habían alcanzado fama mundial por el arte de cortar cabezas a sus circunstanciales rivales e invasores. Pero además, ese pueblo y sus predecesores, fueron los primeros en explorar esos túneles que terminaban en amplias galerías. Al punto que para cada mes de abril bajaban a la cueva para hurtar los pichones de los Tayos, que son más grandes que una paloma. Cuando Móricz entró en conversaciones con Shuaras, estos les relataron de todo cuanto había allí abajo. Hablaron de piedras talladas y le contaron cosas inimaginables. Su dominio del idioma magyar, una antigua lengua húngara, le facilitó muchos las cosas, porque sorprendentemente guarda muchas similitudes con el dialecto Shuar. Por eso, el investigador fue a lo seguro, aunque muchos también lo vinculan con una extraña orden esotérica húngaro-germana, hecho que podría explicar el profundo conocimiento esotérico que esgrimía en sus controvertidas entrevistas a diferentes medios periodísticos, en las que más de una vez citó sitios como Tierra del Fuego, Cusco en los andes peruanos o el imponente Lago Titicaca en Bolivia, como los posibles lugares desde donde “se puede descender al reino subterráneo”. 21 de julio de 1969 Móricz, al redescubrir el sitio declaró en esa fecha, en la ciudad de Guayaquil y a través de un documento escrito con valor de acta notarial, que al ingresar a la Cueva y luego de recorrerlas se encontró con varios objetos de enorme valor histórico-cultural para la humanidad porque certifican la existencia de una especie extinguida, contenidas en una serie de láminas metálicas con complejos ideogramas, y de la que consideró en ese momento no tener el menor indicio. Esto, además de un sinfín de elementos, extraños objetos, algunos inexplicables. La Cueva de los Tayos es apenas una de los muchos ingresos a este inframundo perdido. Pero lo que resalta el investigador es aún más potente, ya que afirmaba que lo que se puede ver en la entrada ecuatoriana es apenas un pequeño muestrario de lo que en realidad es el mundo real de estos seres intraterrestres, dado que según sus propias palabras, este sitio está a tanta profundidad que al hombre no le resultaría para nada fácil poder llegar. Empero, las afirmaciones de Móricz van más allá, dado que afirmó que allí, en esas láminas o planchas metálicas, se encontraría condensada la historia de la humanidad en los últimos 250.000 años, una cifra que apabulla de solo leerla. ¿Qué tuvo el cura? Con relación a estas láminas planchas que citó Móricz, enseguida se las relacionó con los extraños objetos que muchos años antes, desde la década de 1920, custodiara el padre salesiano Carlo Crespi, en el patio de la Iglesia María Auxiliadora de la ciudad ecuatoriana de Cuenca. Los objetos habían sido encontrados por nativos quienes, en acto de amabilidad y gratitud, se los cedieron al padre Crespi para su custodia. Lamentablemente, esas piezas únicas fueron robadas de la iglesia, por vaya a saber quiénes, con lo que aquellas pruebas prácticamente desaparecieron en un 90 por ciento.
¿Se robaron pruebas y se ocultó la verdad?
Si bien el húngaro-argentino Janos Móricz se pasó la vida buscando la civilización intraterrestre, como sus pruebas fueron concluyentes en muchos aspectos y confusas en otros, una serie de hechos posteriores, que incluyeron personajes por demás conocidos, terminó por encerrar en un cono de sombras un tema que, además, roza con la masonería, el ocultismo y un elevado número de intrigas no develadas. Por ejemplo, en ciertos círculos se ha mencionado reiteradamente que la masonería de varios países se habría interesado en su momento en hallar la fabulosa biblioteca metálica que Móricz en la década del ´70, pero que luego sería popularizado por el escritor e investigador suizo Erich von Däniken, a través en su exitoso libro “El Oro de los Dioses”. E Esta es una de las sagas del consagrado autor se publicó en 1974 y Däniken llegó a incluir varias imágenes entregadas por el mismo Móricz, pero además, llegó a fantasear con que había ingresado “entre sueños” a las cuevas, algo que podría llegar a ser cierto, pero exageró al relatar que había visto la biblioteca metálica. Esa fue una de sus más logradas publicaciones, un bestseller mundial con 5 millones de copias vendidas y traducida a 25 idiomas. Eso sí, no vio un centavo de todo cuanto ganó el suizo… En 1976, en la primera página de la revista estadounidense Ancient Skies, apareció un revelador artículo del filólogo hindú Dileep Kumar, quien al analizar los símbolos que se muestran en una de las piezas del padre Crespi – una lámina aparentemente de oro, de 52 cm de alto, 14 cm de ancho y 4 cm de espesor – concluyó que los ideogramas pertenecían a la clase de escritura Brahmi, utilizada en el período Asokan de la historia de la India, hace unos 2.300 años… Expedición internacional A raíz de todo esto se realizaron una serie de expediciones a las cuevas, pero una en particular es la que se destacó. Fue en 1976 y la organizó el escocés Stan Hall, y que incluyó al ex-astronauta Neil Armstrong, algunos personajes de la arqueología e investigación y efectivos e investigadores especializados en el tema del ejército ecuatoriano. Esta expedición británico- ecuatoriana invitó a Móricz a ser parte de la misma. Sin embargo, las exigencias del húngaro- argentino, de no tocar absolutamente nada y ser el jefe de la comitiva, fueron contrarias a las aspiracioners de lo que pretendían Hall y sus asociados, por lo que no participó de la investigación. Quizá por eso, no hubo demasiada sorpresa cuando los resultados no fueron los esperados. Y eso que la incursión duró 35 días, contó con un generador eléctrico en el campamento base, a escasos metros de la boca misma de la Cueva, y se efectuaron descensos diarios hasta las profundidades para desarrollar sus “investigaciones geológicas y biológicas”. Según el informe final, la Cueva de los Tayos no tiene origen artificial, y que no existen indicios de trabajo humano. Resultados estos que casi rozaron lo insólito, dado los dinteles y bloques de piedra que se pueden encontrar en el sistema intraterreno, lo que dejó en claro que algo extraño se produjo en esa expedición de la que estaban tan interesados los británicos como las autoridades del ejército local. Incluso el espeleólogo argentino Julio Goyen Aguado, que varias veces visitó el sitio y acompañó esa delegación, sostenía que la expedición fue financiada por la Iglesia Mormona, ya que las láminas metálicas que aludía Móricz recordaban las propias planchas de oro que recibiera el profeta Joseph Smith de manos del Ángel Moroni. Y como diversas leyendas mormonas apuntan a que los citados registros estarían ocultos actualmente en algún sitio en medio de los Andes, es curioso notar que la zona donde se ubica la Cueva de los Tayos se denomina “Morona”, similar al nombre del “enviado” que contactó a Smith. Aguado, ya fallecido, sospechaba que Stanley Hall pertenecía a los Servicios Secretos del Reino Unido, además de formar parte de la masonería inglesa, sumamente interesada en encontrar la biblioteca metálica, mientras que el “célebre” Neil Armstrong también era masón y seguía esa misma línea. Lo más notable es que, a pesar de no haber “encontrado nada” y que el informe final “derrumbó” muchas teorías sobre la Cueva de los Tayos, los británicos y los ecuatorianos se llevaron cuatro grandes cajas selladas de madera que no permitieron abrir a los shuaras, a pesar de las promesas previas, por lo que los aborígenes se sintieron engañados y estafados. Al punto que en la actualidad, sus predecesores consideran que aquella vez se robaron algo importante de las cuevas.