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El gran problema del viaje a Marte: estar encerrado con otras personas durante año y medio

Si preguntásemos a cualquier persona dónde habremos llegado dentro de 40 años, la respuesta más probable será Marte. Pero, ¿cómo llegar? El ideólogo más importante del proyecto de poner un pie en el planeta rojo es el ingeniero aeronáutico Robert Zubrin, que con la publicación en 1997 de su libro The Case for Mars galvanizó todos los sueños y esperanzas de una miríada de románticos y la NASA adoptó su proyecto como estudio-base para sus planes futuros de viajar al planeta rojo.



Se trata de un viaje por etapas. Según Zubrin, en el primer lanzamiento se enviarían a Marte un vehículo de retorno, el soporte vital necesario para nueve personas, un reactor nuclear, una planta de procesamiento químico y una serie de rovers robotizados. La tripulación, que viajaría en el segundo lanzamiento, estaría en el planeta rojo durante año y medio preparando la siguiente misión y haciendo el planeta algo más habitable para la especie humana. Al mismo tiempo, y unos cuantos centenares de kilómetros más allá, aterrizaría un segundo vehículo que empezaría a crear el propelente necesario para la siguiente misión. De este modo, cada año llegarían a Marte dos misiones: una llevando la tripulación de relevo y otra, automática, para preparar la siguiente misión.



El gran problema de una base marciana

Ahora bien, el mayor problema de la colonización marciana no es, como podríamos creer, el transporte, sino en desarrollar las habilidades necesarias para utilizar los recursos marcianos y conseguir que la base sea relativamente autosuficiente.



Los comienzos serán duros, y los astronautas, los primeros marcianos, se irán quedando en el planeta tiempos cada vez más largos: cuatro años, después seis…, viviendo en las primeras bases permanentes establecidas en otro cuerpo del Sistema Solar: domos de 50 metros de diámetro construidos con plásticos como el Kevlar o el Spectra. Plantas modificadas genéticamente para adaptarse al nivel de dióxido de carbono marciano serán los primeros seres vivos no humanos que llevaremos. Y éste es el paso crucial. Freeman Dyson, uno de los científicos más grandes e imaginativos del siglo XX, llamó la atención sobre este hecho: la expansión del ser humano por el espacio depende radicalmente de la biología. Los avances biotecnológicos son los que van a marcar el ritmo y la capacidad de viajar por el espacio: “cualquier programa de exploración tripulada debe estar centrada en la biología”, afirmó.




Infografía. Nave espacial llegando a Marte

¿Pero, y los humanos?

Más preocupante aún es el comportamiento del componente principal de la misión: el ser humano. ¿Cómo funciona la psicología en un viaje de larga duración? Si te enfadas en la tierra puedes dar un portazo y marcharte pero, ¿y en el espacio? ¿Cómo afecta el viaje espacial a la sexualidad humana? ¿Y la alimentación? ¿Quién está dispuesto a alimentarse durante cinco años -como mínimo- con ‘comida de astronautas’?

Sorprendentemente, a lo largo de su historia la NASA no ha prestado demasiada atención a la psicología, sociología y antropología de los vuelos tripulados. Es más, a mediados de los 90, los responsables científicos de la NASA incluso aconsejaban abandonar cualquier línea de investigación que fuera en este sentido. El psicólogo Albert A. Harrison ha comentado: “Quizá los científicos “duros” que controlan el programa y que están acostumbrados a resultados cuantitativos encuentran a las ciencias “blandas” difusas, imprecisas y de algún modo poco fiables”. Por el contrario, los rusos, con sus programas de larga permanencia en el espacio, sí han integrado científicos del comportamiento en sus equipos. Aunque también juegue cierto papel las diferencias culturales entre ambos países: mientras que los rusos provienen de un entorno donde se enfatiza las necesidades del grupo, los norteamericanos han sido educados en la iniciativa personal y la competitividad.

Sea como fuere, hay cuatro factores que hay que tener en cuenta a la hora de un viaje por el espacio, que ya fueron puestos de manifiesto en una publicación de NASA de 1985 y titulada Living Aloft: Human Requirements for Extended Spaceflight: el tamaño de la tripulación, su composición, la duración de la misión y la adaptación de la tripulación a la tecnología. Un elevado número de tripulantes tiene sus ventajas -mayor capacidad para solucionar problemas, fuente de estímulo social…- pero también sus inconvenientes –problemas de liderazgo, enfrentamientos…- Por otro lado, un incremento en la diversidad también es beneficioso, aunque ocasiona problemas de relación. Pero es en la duración de la misión y su objetivo final lo que puede plantear más problemas, y eso es algo que difícilmente se puede resolver. Psicológicamente hablando, no es lo mismo estar seis meses en la Estación Espacial Internacional orbitando alrededor de la Tierra que en vuelo hacia Marte, lejos de cualquier posibilidad, por muy remota que fuera, de recibir ayuda. En el viaje a Marte los astronautas estarían, esencialmente, solos. Con todo, y para estudiar en profundidad los problemas de comportamiento y relación que pueden surgir en un viaje espacial, algunos psicólogos apuntan a que sería necesario que, antes de volar a Marte, sería muy útil usar o crear una base en la Antártida. De hecho, en ciertas bases remotas, la presencia humana es continua, lo que proporciona un excelente laboratorio para estudiar en detalle el comportamiento humano en condiciones de aislamiento.




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