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¿Fue un cambio climático lo que provocó la aparición de la agricultura?



Hace 15 000 años los efectos de la Era Glacial por la que estaba pasando el planeta se sentían por todo el mundo. En particular, todo el Mediterráneo oriental se encontraba bajo la influencia de los vientos anticiclónicos que soplaban desde Escandinavia y Siberia. Las condiciones eran bastante más áridas que hoy en día en zonas de Turquía y el valle del Nilo, donde sus aguas discurrían a unos 6 metros por encima de su nivel actual y el cauce era más estrecho y menos profundo. Era allí, en sus orillas, donde sobrevivían bandas de cazadores-recolectores cazadores-recolectores poco numerosas y muy móviles, que se asentaban allí donde encontraban agua y plantas comestibles. Un patrón de vida común a lo largo de la costa oriental del Mediterráneo, el valle del Jordán, la meseta de Anatolia y junto al Tigris y Éufrates.



En el periodo de glaciación las bandas de cazadores-recolectores no superaban la docena de miembros, debiendo afrontar inviernos fríos y húmedos y veranos cálidos y secos, que se hacían más secos a medida que viajaban hacia el sur desde valle del Jordán. Las semillas eran abundantes entre abril y junio y los frutos entre septiembre y noviembre, mientras que las gacelas prosperaban por todas partes, al tiempo que también podían encontrarse uros, venados y jabalíes. En toda la región, al igual que sucedía en Europa, este clima seco hacía que la contribución de los vegetales a la dieta humana fuera pequeña. Para hacernos una idea de la climatología a la que debían enfrentarse nuestros antepasados basta con fijarnos en la variación de la temperatura media del planeta: si en la actualidad apenas ha cambiado 3 grados en un siglo entonces podía cambiar 7 en una década.



Pero hace 12 000 años la Tierra empezó a calentarse: la última Edad del Hielo llegaba a su fin. Y lo que es más importante, el clima se empezó a estabilizar, lo que produjo en el Creciente Fértil una explosión de robledales con sus apreciadas bellotas. Los seres humanos empezaban a tener suerte: después de varios miles de años el agua superficial era más que suficiente y los manantiales proporcionaban agua dulce abundante. Ante tan benignas condiciones las bandas de cazadores recogieron sus bártulos y empezaron a moverse hacia oriente, hacia regiones que hasta entonces habían sido inhabitables.

Las primeras pruebas de que algo así sucedió las obtuvimos en la década de 1920, cuando la arqueóloga de la Universidad de Cambridge Dorothy Garrod empezó a excavar en el monte Carmelo, la cordillera que hay en Israel sobre el mar Mediterráneo. A esta población la llamó kebariense, por la cueva de Kebara donde encontró rebabas de sus flechas y los raspadores de piedra que usaban para procesar las pieles. Esta cueva, que ha proporcionado restos de homínidos de hace 60 000 años, se hizo famosa en 1982 cuando se encontró el que hasta ahora es el esqueleto de Neandertal más completo recuperado.















Durante la glaciación sus habitantes vivían de la caza, como hicieran los Cromañón europeos, pero con el calentamiento empezaron a extenderse desde el Levante y el desierto del Negev y el Sinaí hasta el Éufrates y la Anatolia. Tremendamente móviles, el material que llevaban consigo era fácilmente transportable; quizá una docena, la mayoría fabricados en madera. Alimentándose principalmente de gacelas, al subir las temperaturas en su dieta empezaron a entrar frutos secos y semillas. Podríamos decir que hacia 11 000 a. E. los kebarenses empezaban a adoptar lo que llamamos una dieta mediterránea.


En busca de otras tierras


La primera agricultura

A los descendientes de la cultura Kebara se les llama natufienses, que ya jugaron al sedentarismo, viviendo en cuevas y abrigos todo el año, un excelente lugar para resguardarse de la lluvia y almacenar sus provisiones vegetales. Entre sus alimentos estrella estaban el pistacho, muy fácil de procesar, y la bellota, muy alimenticia pero que requiere un gran trabajo: quitar la cáscara y moler la semilla puede llevar horas, y aún todavía no es comestible pues contiene una elevada cantidad de taninos con su característico sabor amargo. Para eliminarlos la harina de bellota debe ser lixiviada, esto es, pasarse por agua. Según el antropólogo Walter Golschmidt, obtener 2,5 kilos de harina de bellota exigía más de 7 horas de trabajo, una inversión de tiempo bastante importante.


Las primeras aldeas


Fue en el momento en que las bellotas, abundantes gracias al calentamiento del planeta, desplazaron a la carne como fuente principal de alimento -y eso que la caza, aunque requiere tiempo, lleva muy poco a la hora de desollarla y descuartizarla- cuando la vida de las bandas cambió radicalmente. Después de miles de años moviéndose, la cosecha de bellotas ató a los natufienses a campamentos de larga duración: las cuevas y abrigos dejaron paso a las aldeas, formadas por cabañas de planta circular con paredes de caña y barro, y algunas con un silo para guardar los alimentos y tenerlos a salvo de roedores e insectos. Por ejemplo, en el sitio de Mallaha, en el valle de Hula, Israel, sus moradores invirtieron una gran cantidad de tiempo y trabajo en la construcción de terrazas para sus casas en la ladera de la colina, en un asentamiento donde vivieron varias generaciones. ¿Cómo lo sabemos? Gracias a un pequeño animalito de cola larga, el ratón común, que aparece en grandes cantidades en los cúmulos de residuos excavados. Igualmente se han encontrado ratas y restos de gorriones, que aparecen siempre en asentamientos humanos de larga duración.



Esto no quiere decir que los natufienses no se desplazaran: a veces las gentes viajaban a campamentos estacionales -algo así como una segunda vivienda- para cosechar o cazar. En Mallaha también se han encontrado muchos huesos de gacelas inmaduras, lo que implica que las condiciones climáticas eran favorables para que estos animales se reprodujeran durante todo el año. Pero lo que realmente ataba a los humanos allí eran las bellotas y los pistachos. Si a todo esto sumamos la cosecha de otros frutos secos y la quema sistemática de arbustos y pastos para estimular el crecimiento de las especies vegetales que les interesaban o para atraer animales, tenemos un cuadro bastante ajustado de cómo administraban sus recursos.

Fue todo un éxito porque esta práctica pronto se extendió a otros lugares: con un clima más benigno los asentamientos crecieron, prosperaron y se expandieron. Y, como no podía ser de otro modo, la bonanza llevó a la sobreexplotación y esto a colocar a los natufienses en el límite de vulnerabilidad de una población. Un cambio en sus condiciones de vida podría acabar con ella. Y así sucedió cuando una pertinaz sequía llegó en 11 000 a. E. y se prolongó durante varias generaciones.

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