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Arrepentirse y pedir perdón: gestos humanos que ayudan a fortalecer el liderazgo

Pedir perdón, ofrecer disculpas, mostrar arrepentimiento son gestos profundamente humanos. Personalmente, prefiero pecar de exceso que quedarme corto. Un “Lo siento” oportuno y sincero puede resolver un malentendido o cerrar una discusión antes de que escale. En las relaciones personales y profesionales he visto cómo una disculpa bien formulada resta importancia al conflicto y abre camino a la reconciliación.

SaludAyer Santiago Iñiguez de Onzoño, IE University
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Remordimiento y reconciliación

El arrepentimiento parece ser una constante en la naturaleza humana, salvo si –como sugiere Dante– ya hemos llegado al Cielo. En la Divina Comedia, el Purgatorio es un espacio intermedio en el que los pecadores que se arrepintieron en vida expían sus faltas antes de alcanzar el Paraíso. Allí los castigos no son definitivos sino redentores. El ángel que custodia la entrada lo deja claro: solo se accede con las llaves del remordimiento y la reconciliación.

Recuerdo que durante mis estudios universitarios de Derecho debatí intensamente sobre el sentido de las penas. Uno de los autores más influyentes de aquellos años era Claude Roxin, defensor de la teoría de la rehabilitación: la idea de que el castigo debe servir para reinsertar al infractor en la sociedad.

Esta concepción, idealista y humanista, ha inspirado marcos legales como la Constitución Española de 1978. Sin embargo, el tiempo, la experiencia y una extensa bibliografía crítica sobre las condiciones carcelarias han generado escepticismo sobre la capacidad real del sistema para la rehabilitación de los reclusos.

Frente a esa visión hay otras dos teorías:

  • El utilitarismo, que entiende la pena como una forma de disuasión: castigar para que otros no sigan conductas delictivas o para que el delincuente reincidente no vuelva a actuar. En su versión más extrema, este enfoque permite modular las sanciones según el efecto social que puedan tener. Así, multar más severamente a una figura pública podría servir como ejemplo. Aunque efectivo, este modelo puede rozar la arbitrariedad: la justicia debe ser igual para todos.

  • El retribucionismo, que se basa en la justicia conmutativa: quien daña debe pagar, quien falta debe purgar. Es la lógica del “ojo por ojo”. Esta visión puede sonar dura pero ofrece algo que los otros modelos no garantizan del todo: un fundamento moral claro. En cierto sentido, es el único que da respuesta a la pregunta “¿Merece esta persona ser castigada?”. Porque, aunque la rehabilitación sea deseable, hay casos –como el de Hannibal Lecter, por usar un ejemplo de ficción– en los que parece imposible.

Rehabilitación, advertencia y proporción

Curiosamente, en el Purgatorio de Dante se encuentran elementos de los tres enfoques. La finalidad general parece ser la purificación, es decir, la rehabilitación espiritual. Pero también hay una intención pedagógica, casi utilitarista, de advertir a los vivos. Y no falta la retribución, ya que los castigos están relacionados de forma simbólica con el pecado cometido. Los soberbios cargan con piedras pesadas, los envidiosos tienen los ojos cosidos. Cada pecado tiene su escarmiento.

Esto plantea una pregunta interesante: ¿Cada alma purga todos sus pecados o solo el más dominante? ¿Y qué ocurre con los que han cultivado múltiples vicios? La experiencia muestra que los seres humanos no solemos pecar por una sola vía. La lógica del Purgatorio parece asumirlo: se sube de cornisa en cornisa, enfrentando distintas formas de culpa.

Lo que diferencia al Purgatorio del Infierno no es el pecado sino el arrepentimiento. En el Infierno están los que no se arrepintieron nunca. Pero, ¿cuántos realmente soportarían el castigo sin retractarse, aunque fuese de manera fingida? ¿No se prestaría el Infierno a simulaciones hipócritas? Es uno de los motivos por los que algunos teólogos y filósofos han cuestionado la proporcionalidad del castigo eterno: frente a una vida limitada, ¿es justo un castigo infinito?

Más allá del individuo, el arrepentimiento también tiene una dimensión colectiva. En las últimas décadas, hemos visto a instituciones pedir perdón: desde la Iglesia por su condena a Galileo a Estados por su pasado colonial o esclavista.

Pero estas peticiones de perdón no siempre logran su objetivo pues se perciben como gestos políticos más que morales. El arrepentimiento público tiene sus propias reglas y no siempre genera reconciliación.

Alexitimia¿Se puede vivir sin emociones?

El perdón empresarial

En el mundo empresarial, el perdón también empieza a tener protagonismo. Los directivos –más expuestos que nunca al escrutinio de accionistas, clientes y sociedad– están aprendiendo que pedir perdón no debilita el liderazgo sino que lo refuerza. Sobre todo si han fallado en sus deberes éticos o han causado un impacto negativo en su entorno. Como en las relaciones personales, la humildad y la transparencia son clave.

Pero me interesa sobre todo el arrepentimiento individual, en especial en contextos profesionales donde el ritmo acelerado, la presión por resultados y la comunicación digital aumentan la posibilidad de malentendidos. He visto conflictos empresariales nacidos de un email mal interpretado. En muchos casos, lo más eficaz es la disculpa directa y honesta. Así no solo se resuelve el problema sino que se construye autoridad moral.

Según estudios realizados en EE. UU., el mayor foco de remordimiento para los estadounidenses es no haber aprovechado las oportunidades educativas. Le siguen el trabajo, las relaciones sentimentales y la familia. Llama la atención cómo la educación aparece como la mayor fuente de arrepentimiento. Quizá porque es el motor de muchas otras decisiones. También porque exige tiempo, esfuerzo y constancia, tres bienes escasos en la vida adulta.

Esto sugiere que deberíamos tomarnos muy en serio la formación continua, no solo como herramienta profesional, sino como antídoto emocional. Quien aprende mejora y quien mejora vive con menos remordimientos. En este sentido, sorprende que Dante no dé más protagonismo a la educación en su visión del Purgatorio.

Motivos de arrepentimiento

En el terreno profesional, mi experiencia con directivos me ha enseñado que los principales motivos de arrepentimiento suelen ser tres:

  1. Cambios de empresa: a veces se sobrevalora el cambio como vía de progreso. Algunos consultores lo promueven como norma: si no hay promoción en tres años, toca moverse. Pero la permanencia, si va acompañada de un desempeño sólido, puede ofrecer más oportunidades. Conozco más personas que se arrepienten de haber dejado su empresa que de haberse quedado.

  2. Oportunidades no aprovechadas en decisiones de inversión, nuevos productos o iniciativas. En este caso el arrepentimiento suele venir más por la omisión que por la acción. Es una lógica arraigada en el espíritu emprendedor: arriesgarse es mejor que lamentar no haberlo intentado.

  3. Relaciones con colegas. Contratar mal, despedir con dudas, reprender en público o ignorar peticiones justificadas son decisiones que dejan marca. La vida profesional no debe ser inhóspita. Cuando las decisiones afectan a otros conviene comunicarlas con empatía y respeto.

Por último, la psicología cognitiva muestra un patrón revelador: a mayor número de opciones, mayor posibilidad de arrepentimiento. Quien no tuvo elección no se culpa. Quien tiene muchas vive con la duda de si eligió la mejor. Es un precio que pagamos por la libertad.


Una versión de este artículo se publicó en LinkedIn.The Conversation

Santiago Iñiguez de Onzoño, Presidente IE University, IE University

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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