
Quizá estaba sentado en la sacristía cuando tomó la decisión. Tal vez era de noche. Las paredes, donde hasta hacía poco brillaban reliquias doradas, estaban ya desnudas. Quizá escuchaba el viento en el exterior y el crujir de las vigas. Hansli Benet supo entonces que, si él no lo hacía, nadie lo haría. Los cráneos debían desaparecer.






























