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Madres que quieren cuidar sin culpa: ¿cómo podemos conseguir la conciliación real?

La corresponsabilidad y la igualdad de género se han convertido en objetivos centrales de las políticas familiares. Sin embargo, la experiencia real de las madres sigue mostrando una tensión profunda entre el ideal de igualdad y el deseo de cuidado.

AnálisisEl domingo Patricia Catalá Mesón, Universidad Rey Juan Carlos
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Jacob Lund/Shutterstock

En nuestro estudio con más de quinientas mujeres i-materna (aún sin publicar, pero cuyo resumen puede ver aquí), el 98,2 % afirma que continúa asumiendo la carga mental del hogar (planificar, anticipar, recordar, organizar), especialmente en lo relativo a los hijos. Este trabajo invisible sigue recayendo, casi siempre, sobre los hombros de las madres.

Casi la totalidad de las participantes (98 %) expresó su deseo de pasar más tiempo con sus hijos durante los primeros años de vida. Lejos de responder a una falta de ambición profesional, esta preferencia está vinculada a una realidad biológica y emocional ampliamente respaldada por la ciencia.

Las teorías del apego, desarrolladas por el psiquiatra John Bowlby y ampliadas por Mary Ainsworth, muestran que el contacto continuado con la figura principal de cuidado (en la mayoría de los casos, la madre) es fundamental para el desarrollo emocional y la seguridad del bebé.

UNICEF y la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomiendan mantener la lactancia materna exclusiva durante los primeros seis meses de vida, un periodo que en España supera ampliamente las dieciséis semanas de permiso actual.

La paradoja de ejercer la maternidad plena

Esta distancia entre las recomendaciones científicas y las políticas públicas genera una paradoja: la maternidad se celebra simbólicamente, pero el tiempo para ejercerla plenamente se penaliza. Muchas madres acaban combinando vacaciones, días sueltos o reducciones de jornada para prolongar su presencia con el bebé, con el coste añadido de perder ingresos o estancarse profesionalmente.

Al mismo tiempo, se enfrentan a un discurso social que insiste en la igualdad formal, pero no en la libertad real de elección.

El resultado es una crisis silenciosa de identidad. Tras años de formación y crecimiento profesional, muchas mujeres sienten que su valor social se desvanece si deciden priorizar el cuidado.

La maternidad, que debería vivirse como una etapa de conexión y crecimiento, se convierte para muchas en una fuente de culpa: por querer quedarse con su hijo, por reincorporarse pronto al trabajo o por no poder hacerlo todo a la vez.

Y mientras tanto, la carga mental persiste. Aunque los padres se involucren más que antes, la responsabilidad de pensar por la familia (recordar vacunas, citas médicas, horarios escolares, comidas, actividades…) sigue recayendo mayoritariamente en las madres.

Este esfuerzo invisible no se contabiliza ni en las estadísticas laborales ni en los indicadores de bienestar, pero tiene un coste emocional y cognitivo considerable. Un informe del Instituto de la Mujer (2023) de España señala que las mujeres dedican más del doble de tiempo que los hombres a la planificación doméstica y al acompañamiento emocional de los hijos.

Esta carga mental no solo agota, sino que limita el desarrollo personal y profesional, generando un malestar que no siempre se visibiliza. La psicología y sociología contemporánea, como describen Arlie Hochschild o Nancy Chodorow, han evidenciado cómo la gestión emocional y logística del hogar constituye un “segundo turno” que impide desconectar incluso fuera del trabajo.

Las madres viven en una atención constante, anticipando necesidades ajenas antes que las propias. Esta hiperresponsabilidad perpetúa una desigualdad menos visible, pero estructural.

La pregunta, entonces, no es si las madres deben trabajar o cuidar, sino por qué las políticas no permiten elegir sin culpa ni penalización. La igualdad no puede imponerse como un molde único. Debe reconocer la diversidad de deseos y circunstancias.

Para muchas mujeres, poder quedarse con su bebé unos meses más no es un retroceso, sino una decisión consciente, emocionalmente necesaria y socialmente valiosa. Sin embargo, el discurso público rara vez valida esa elección; la maternidad sigue asociándose a sacrificio, dependencia o falta de ambición.

3 cambios para conseguir la conciliación

La conciliación real exige tres cambios de enfoque fundamentales:

  1. Reconocer la carga mental como parte del trabajo de cuidado, y repartirla de manera equitativa entre ambos progenitores, incluyendo su medición en indicadores de bienestar y políticas de salud mental.

  2. Garantizar flexibilidad y libertad de elección, de modo que cada familia pueda decidir cómo organizar el tiempo de crianza sin sanciones económicas ni sociales. Esto incluye revisar los permisos parentales para que reflejen las recomendaciones científicas sobre desarrollo infantil y lactancia.

  3. Revalorizar el cuidado como una contribución social esencial, no como una pausa en la productividad. Cuidar forma parte de la economía del bienestar y debería ser reconocido como tal por empresas y administraciones públicas.

Hablar de maternidad sin culpa es hablar de salud social. Si las políticas públicas no integran la dimensión afectiva del cuidado, seguirán midiendo la igualdad solo en términos de presencia laboral, ignorando la base emocional sobre la que se construye el bienestar infantil y familiar.

Como señala Bowlby, la calidad del vínculo temprano determina gran parte del desarrollo emocional posterior; y, sin tiempo ni apoyo, ese vínculo se resiente. Además, pensar en la maternidad desde la libertad beneficia también a los hombres.

La corresponsabilidad no consiste solo en que ellos “ayuden”, sino en redefinir el cuidado como un valor compartido y universal, que no reste identidad ni oportunidad a nadie. Solo cuando cuidar deje de ser un asunto femenino podremos hablar de igualdad real.

Cuidar no debería sentirse como una renuncia, sino como un derecho. Reconocerlo no resta igualdad, la fortalece, porque permite que hombres y mujeres elijan desde la libertad y no desde la culpa. Una sociedad que valora el cuidado no solo protege a las madres y a los bebés: se protege a sí misma.The Conversation

Patricia Catalá Mesón, Profesora Titular de Universidad del Area de Psicología Social, Universidad Rey Juan Carlos

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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