
La prueba de los sesenta segundos
Entre las pruebas más conocidas hay una que parece un juego: la prueba de fluidez verbal. Consiste en pedirle a la persona que diga, en un minuto, todas las palabras que pueda que empiecen por una letra concreta o que pertenezcan a una categoría, como por ejemplo, animales. Su simplicidad y la ausencia de materiales específicos la han convertido en una tarea universal: se usa en diferentes idiomas y culturas, y cuenta con abundantes datos normativos.
Tradicionalmente, lo que se analiza es el número total de palabras pronunciadas durante ese minuto. Esa simple cifra ya ofrece información relevante sobre procesos que subyacen a esta actividad como la velocidad de acceso al léxico o la agilidad de pensamiento. Sin embargo, en los últimos años se ha descubierto que la prueba encierra muchos más matices de lo que parece a simple vista.
Imaginemos un ejemplo. Le pedimos a una persona de 30 años, con estudios de bachillerato, que nombre animales durante un minuto. A continuación ésta nos dice: “perro, gato, tortuga, gallina, oveja, cabra, vaca, toro, elefante, jirafa, león, tigre, mono, tucán, pelícano, gorrión, golondrina, búho, cuervo, murciélago, delfín, tiburón, ballena, calamar, sardina”.
En total, ha nombrado 25 animales. Si comparamos este resultado con los baremos existentes para su grupo de edad y educación, obtiene un percentil 10, es decir, justo lo esperado.
Mucho más que contar palabras
Hasta aquí, tenemos un dato interesante. Pero si observamos con más detalle, descubrimos algo aún más revelador. ¿Se ha fijado en cómo se han ordenado los animales? La persona no ha ido diciendo palabras al azar: ha generado pequeños grupos, casi sin darse cuenta. Primero las mascotas, luego animales de granja, después los africanos, más tarde aves y, finalmente, animales marinos.
Este fenómeno se llama clustering, y se refiere a la tendencia a agrupar elementos relacionados. Y el momento en el que la persona deja un grupo y pasa a otro se denomina switching.
Analizar cuántos grupos se forman y cuántos cambios se hacen nos aporta una información mucho más rica. No solo nos habla del acceso al vocabulario, sino también de funciones como la inhibición de respuestas, la flexibilidad cognitiva o la capacidad de actualizar la información mental. En otras palabras, de nuestras funciones ejecutivas.
Un valor especial en los pacientes
Este tipo de análisis resulta especialmente valioso en población clínica. En un estudio realizado por investigadores españoles, los autores vieron que las personas con deterioro cognitivo leve generan clústeres similares a los de personas mayores sanas, pero realizan más cambios entre categorías. Esto indica que su red semántica (las conexiones entre conceptos) se conserva, pero que la utilizan de forma menos eficiente durante la búsqueda en la memoria a largo plazo, probablemente por dificultades en las funciones ejecutivas.
Además, observar otros aspectos como los errores producidos o las palabras repetidas aporta aún más valor. De hecho, se ha visto que este tipo de análisis puede incluso diferenciar entre deterioro cognitivo y enfermedad de Alzheimer.
Además de resultar útil en el envejecimiento, esta prueba también se aplica de forma sistemática a personas que han sufrido un daño cerebral sobrevenido, como un traumatismo craneoencefálico. Aunque se trate de pacientes jóvenes, después de un accidente dicen menos palabras en un minuto, forman clústeres más pequeños y realizar menos cambios entre ellos que las personas sanas. Estos resultados permiten comprobar, de manera rápida y sencilla, cómo un golpe en la cabeza puede afectar a procesos cognitivos tan complejos como la velocidad de procesamiento o la flexibilidad mental.
Conocer cómo funciona nuestro cerebro no es para nada una tarea fácil. La evaluación neuropsicológica nos da herramientas muy útiles para aproximarnos a ello. A veces pensamos que hacen falta técnicas muy sofisticadas, pero lo cierto es que una prueba sencilla como nombrar animales durante un minuto puede revelar muchísimo sobre nuestros procesos cognitivos.
Quién diría que sesenta segundos encierran tanta información.
Loles Villalobos Tornero, Facultad de Psicología. Departamento de psicología experimental procesos cognitivos y logopedia, Universidad Complutense de Madrid
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.