Estos eventos, cada vez más frecuentes, están alterando la dinámica tradicional del deshielo y modificando profundamente el estado de la nieve y el hielo, los elementos más vulnerables del sistema climático polar.
La acumulación de nieve durante el invierno ya no compensa la pérdida estival: desde hace décadas, el balance anual es claramente negativo. Los episodios de fusión extrema –que pueden durar días o semanas– provocan tasas de derretimiento muy superiores a las habituales. Son auténticas olas de calor, pero no definidas por la temperatura del aire, sino por la fusión con la que desaparecen el hielo y la nieve.
Un Ártico que se derrite con episodios masivos de fusión
Lo que antes era excepcional ahora ocurre con creciente regularidad. Este patrón se observa en todo el Ártico, aunque con notables diferencias regionales. Las mayores tasas de fusión extrema se registran en el noroeste y norte de Groenlandia, así como en las islas Ellesmere y Devon, en el Ártico canadiense. En contraste, el sector oriental –incluyendo Islandia y y el archipiélago Nueva Zembla (Rusia)– muestra aumentos de menor magnitud.
A pesar de esta variabilidad, Groenlandia concentra los impactos más significativos. Alberga la mayor reserva de hielo del hemisferio norte, con suficiente agua como para elevar el nivel del mar más de siete metros, y su localización geográfica la hace especialmente sensible a los patrones atmosféricos que disparan la fusión extrema.
Durante los últimos veranos en Groenlandia se han registrado algunos de los episodios más intensos jamás documentados –como en julio de 2012, agosto de 2019 y agosto de 2021– cuando más del 90 % de su superficie se encontraba simultáneamente en estado de fusión, en algunos casos superando registros paleoclimáticos.
¿Por qué ocurren estos eventos extremos?
Estos episodios se desencadenan cuando el calentamiento general del Ártico se combina con patrones atmosféricos capaces de intensificar la fusión. El aumento progresivo de las temperaturas prepara el terreno, pero son configuraciones meteorológicas concretas, como bloqueos anticiclónicos prolongados, las que pueden convertir un verano caluroso en un evento extremo.
Los bloqueos anticiclónicos se producen cuando un área de alta presión se mantiene estacionaria durante varios días, desviando los sistemas meteorológicos normales. Esto provoca estabilidad atmosférica y cielos despejados, permitiendo que el aire templado procedente del sur eleve rápidamente las temperaturas en superficie.
En algunos casos, la llegada de masas de aire húmedo genera nubes cálidas que irradian calor hacia el hielo, acelerando aún más el derretimiento. Estos bloqueos se han vuelto más frecuentes y duraderos, aumentando la probabilidad de que el mecanismo se repita.
Cada episodio deja además una huella física sobre el terreno: la fusión elimina la nieve reciente y expone hielo más oscuro y menos reflectante. Esta disminución del albedo intensifica la absorción de energía solar, haciendo que la siguiente fusión actúe sobre una superficie aún más vulnerable. Así se establece un círculo de retroalimentación que acelera la pérdida de masa y contribuye al rápido calentamiento que caracteriza al Ártico contemporáneo.
Además, desde alrededor de los años 1990, la fusión estival se ha intensificado y extendido espacialmente, afectando incluso a zonas elevadas que históricamente permanecían bajo cero durante todo el verano. En la actualidad, la isoterma, la línea que indica la altitud a la que la temperatura es de 0 ºC, asciende a mayores altitudes, lo que desplaza la zona de fusión hacia el interior de los glaciares y reduce áreas que antes actuaban como reservorios de acumulación.
Repercusiones de la fusión extrema
La fusión extrema tiene efectos inmediatos sobre los glaciares y consecuencias que trascienden el ámbito polar. A nivel local, reestructura la nieve, debilita la superficie del hielo y genera picos de escorrentía capaces de movilizar grandes volúmenes de agua en muy poco tiempo. Esta agua superficial acelera la fusión y termina desembocando en el océano como un pulso concentrado de agua dulce.
A escala global, el impacto es también notable. El Ártico funciona como un regulador climático clave: su superficie blanca refleja gran parte de la radiación solar entrante. Cuando el hielo disminuye, esa capacidad se reduce y la región absorbe más calor, amplificando el calentamiento. Los episodios extremos intensifican este efecto al oscurecer la superficie y acelerar la pérdida de hielo.
Además, el aporte de agua dulce al Atlántico Norte contribuye directamente al aumento del nivel del mar, altera la salinidad oceánica y puede afectar la circulación meridional de vuelco del Atlántico (AMOC), corriente marítima que actúa como un elemento fundamental para la estabilidad climática de Europa y otras regiones.
La fusión extrema no es solo un fenómeno polar sino que afecta a todo el planeta: conecta el destino del Ártico con el equilibrio ambiental global.![]()
Josep Bonsoms, Postdoctoral researcher and professor, Universitat de Barcelona
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.





















