

En su icónica portada y en apenas once páginas, los autores del cómic desplegaron el origen extraterrestre del personaje, su llegada a la Tierra, sus habilidades sobrehumanas y su dedicación al bien. De hecho, en el último minuto salvaba a una mujer acusada injustamente de haber cometido un asesinato de ser ejecutada en la silla eléctrica.
Con apenas 24 años y con formaciones casi autodidactas, Shuster y Siegel marcaron los inicios de un mito que alcanza hasta hoy.
Ambos, de origen judío-lituano, eran norteamericanos de segunda generación que vivían en el barrio judío de Glenville (Cleveland). Se habían criado en el seno de familias muy humildes que habían llegado a Estados Unidos huyendo del creciente antisemitismo en Europa, de igual modo que otros nombres axiales para la industria cultural del cómic de los años cincuenta y sesenta –la denominada “edad de oro”– como, por ejemplo, Jack Kirby o Will Eisner.
Shuster y Siegel no crearon a Superman de la nada, sino que absorbieron la influencia de numerosos elementos que conformaban el ambiente de la cultura popular del momento, que se transmitía a través, principalmente, del pulp (publicaciones de papel barato). Así, por ejemplo, bebieron del virtuosismo de un personaje como Doc Savage (Henry Rawlston y John Nanovic, 1933), quien en sus peripecias buscaba eliminar “las injusticias y castigar a los malvados”, como rezaban los lemas de la época. O se inspiraron, un poco después, en la sólida brújula moral y la identidad secreta en la figura cuasifantástica de The Phantom (Lee Falk y Ray Moore, 1936).
Superman tiene ‘algo más’
Sin embargo, el matiz diferencial de Superman –y que sería la clave de su éxito– es que introducía el superpoder, una característica que lo hacía entroncar directamente con los mitos de los semidioses: podía volar, y tenía una fuerza y resistencia inmensurables, además de facultades como proyectar rayos ópticos o despedir un aliento helado.
Ahora se estrena la última adaptación cinematográfica de la historia del personaje, de la mano del director James Gunn. Tras su exitosa trilogía dedicada a los personajes de la editorial Marvel, los Guardianes de la Galaxia, Gunn ha sido contratado por DC Comics para ordenar el mundo cinematográfico del Universo DC –el de Superman y Batman, entre otros– y competir con la compañía rival Marvel Studios.
Gunn ha decidido no ahondar en los inicios del mito de Superman, que ya han sido tratados infinidad de veces en la gran pantalla. Así, los espectadores dan por sabida su historia: Superman –de nombre original Kal-El– es el único superviviente de la destrucción del planeta Krypton causada por la explosión de su sol. Lo hace gracias a que su padre lo manda a la Tierra siendo un bebé en una pequeña cápsula. Lo encuentran los Kent, un humilde matrimonio de granjeros de Kansas, quienes lo crían inculcándole el valor supremo de hacer el bien.
Una década convulsa
A finales de la década de los treinta, cuando se publicó el cómic, la sociedad estadounidense trataba de olvidar la brutal recesión del país acaecida a consecuencia del crack del 29. La crisis había sido atajada gracias a las medidas del New Deal propuestas por el presidente Roosevelt, que reforzaban la necesidad de premiar el trabajo duro y el heroísmo cotidiano de la clase trabajadora, un estrato al que pertenecían los padres adoptivos de Superman.
Simultáneamente, esa sociedad encaraba con incertidumbre un futuro cuyo escenario prebélico ya era palpable en Europa tras el ascenso de los nazis al poder en 1933. Como nota curiosa, durante la Segunda Guerra Mundial, y con toda la maquinaria propagandística al servicio del ejército de Estados Unidos, Superman se enfrentó con personajes inspirados en la Alemania nazi, aunque nunca “zurró” directamente a Hitler (como sí hizo, por ejemplo, el Capitán América).
El héroe y su punto débil
¿Qué significa el héroe (uso deliberadamente el género masculino) como sujeto narrativo?
La voz procede del griego hḗrōs, un concepto usado para referirse a los semidioses, es decir, los hijos habidos de la unión entre dioses y mortales. Estos seres, en términos generales, se situaban a medio camino entre lo humano y lo divino. Según esto, el valor, el sacrificio y la empatía se atribuían a la humanidad, mientras que la superioridad moral y las habilidades sobrenaturales serían de origen celestial. La combinación de ambas, entonces, conformaba el perfecto modelo a seguir.
Los héroes procedentes de la mitología de todas las culturas, de Gilgamesh a Hércules pasando por Kintaro o Beowulf, encarnan el prototipo de lo bello, lo bueno y lo verdadero.
No obstante, Superman –al igual que, por ejemplo, Aquiles– también tenía un punto débil: la kriptonita, un material procedente de su mundo natal que podía anular sus superpoderes y lo transformaba en un mortal como el resto de nosotros.
Quién somos y quién queremos ser
La RAE define a un “supermán” como un “hombre de capacidades y cualidades sobrehumanas”.
Sin embargo, el triunfo de su impronta en la sociedad como mito moderno hay que buscarlo en la doble faz del personaje. Tenemos, por un lado, al tímido, torpe y algo estúpido Clark Kent que con sus gafas permitía a cualquiera –siempre que fuera caucásico y occidental– identificarse con él. Pero además, existía la posibilidad de que esa envoltura endeble albergase un otro yo capaz de enfrentarse a todo. Alguien que, como el Übermensch (superhombre) de Friedrich Nietzsche, hubiese alcanzado un estado supremo.

Tras numerosas adaptaciones al medio fílmico en los últimos años, quizá haya que destacar que, a diferencia de la penúltima visión de Zack Snyder y su Man of the Steel (2013), la de Gunn recupera la esencia más humanista –más clásica incluso– y bondadosa de un personaje. Tal vez estos sean los ideales necesarios para subsistir en los Estados Unidos de hoy, con un ambiente casi distópico. Como se suele decir: la realidad supera a la ficción.
David Moriente Díaz, Profesor de Historia y Teoría del Arte, Universidad Autónoma de Madrid
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.