
Lejos de mostrar debilidad, ambos representan una nueva forma de estar en el deporte y en el mundo. Es la voz de una generación, la Z (18 a 24 años), que desmiente el estigma de la fragilidad.
Compiten de forma distinta a las generaciones anteriores. No porque tengan menos talento, sino porque llevan otra mochila: emocional, digital, conectada.
Han crecido poniendo nombre a lo que sienten, pidiendo ayuda, sabiendo que llorar no es rendirse. No les falta dureza mental, les sobra lucidez emocional.
Necesitan disfrutar, descansar, desconectar. Y en esa necesidad están expresando algo más profundo: un cambio de paradigma en la relación entre juventud, deporte y salud mental.
Malestar juvenil y cultura del rendimiento
En Europa, uno de cada cinco jóvenes de la Generación Z declara tener una salud mental pobre o muy pobre. Esta cifra es cinco veces superior a la registrada entre los baby boomers (nacidos antes de mitad de los 60), lo que marca una brecha generacional inédita en términos de bienestar psicológico.
La percepción creciente de malestar entre los jóvenes deportistas va más allá de las experiencias individuales. Detrás de esa incomodidad subyacen factores sociales que a menudo ignoramos: la cultura del rendimiento extremo, la presión constante por encajar y el choque de valores entre generaciones. Es en ese punto de fricción donde surge el verdadero desajuste y el deseo de cambiar las reglas del juego.
La Encuesta de Valores Europeos muestra, tanto en Europa como en España, que las tres cualidades más promovidas en el entorno familiar son tolerancia y respeto por los demás (92,6 %), sentido de la responsabilidad (82 %) y buenos modales (81,8 %).
Aunque estas cualidades puedan parecer positivas, su carácter relacional y normativo apunta a un modelo centrado en la conformidad y la adecuación a las expectativas sociales, más que en la gestión emocional o la creatividad.
Por el contrario, otras cualidades estrechamente vinculadas con la capacidad de afrontar la frustración o sostener procesos de largo recorrido aparecen relegadas: imaginación (22 %), trabajo duro (31,4 %), anticipación (2,6 %) y determinación/perseverancia (44,7 %).
Este patrón no solo ilustra una preferencia educativa, sino que configura el universo emocional que se manifiesta en toda una generación de jóvenes deportistas.
El deporte no es una burbuja
Aunque el deporte de élite pueda parecer un mundo aparte, no vive ajeno a las dinámicas culturales y sociales. Muchos jóvenes deportistas son formados para evitar mostrar debilidad y para seguir las reglas sin cuestionarlas.
Este modelo podía funcionar para otras generaciones, cuando la obediencia y la disciplina eran premiadas. Pero los jóvenes de la Generación Z, educados en otros valores, necesitan de autonomía emocional, capacidad de improvisación y fortaleza psicológica, especialmente en momentos de presión. Ahí, el modelo hace aguas.
Generación emocionalmente explícita, culturalmente distinta
Las consecuencias de este desajuste son cuantificables. En Suiza, el 52 % de las atletas femeninas de élite reportaron síntomas de al menos un trastorno mental, un porcentaje superior al registrado entre los hombres (30 %). Estos problemas de salud mental afectan más a los deportistas lesionados.
En Alemania, más del 95 % de atletas de élite manifestaron angustia psicológica y un 28,6 % mostró síntomas depresivos, asociados a lesiones graves y precariedad económica.
Las cifras invitan a dejar de ver el malestar de los jóvenes deportistas como un simple problema individual de adaptación. Más bien apuntan a un desajuste profundo entre el modelo educativo-deportivo tradicional y las exigencias reales del alto rendimiento actual.
A ello se suma un dato clave. Esta generación no solo experimenta más malestar, sino que también tiene una mayor conciencia de su salud mental y se atreve a hablar de su deterioro.
Es importante entender que no se trata de una fragilidad mayor, sino una transición desde lo que se ha llamado la cultura del sacrificio hacia una cultura del bienestar, donde el rendimiento ya no se concibe en oposición a la salud, sino como dependiente de ella.
Estas generaciones de jóvenes han sido formadas en un contexto emocionalmente más expresivo, digitalizado e interdependiente. Lejos de tratarse de una generación débil, se trata de jóvenes capaces de nombrar su ansiedad, pedir ayuda y rechazar narrativas que niegan el malestar.
Nuevos esquemas de intervención psicológica
La transición exige revisar los esquemas de entrenamiento a quienes trabajan con estos/as deportistas. Y pensar que las expectativas puestas sobre los/as deportistas que aún operan bajo lógicas de disciplina, silencio emocional y tolerancia al sufrimiento ya no encajan con los esquemas de esta generación.
La buena noticia es que existen intervenciones respaldadas por la evidencia científica.
El entrenamiento en habilidades psicológicas, las terapias de tercera ola, como la de aceptación y compromiso, y los enfoques de psicología positiva pueden mejorar significativamente el bienestar mental en atletas de élite.
Las estrategias apuntan hacia una visión preventiva, integral y contextualizada del bienestar psicológico, donde el papel de entrenadores/as, compañeros/as y la propia organización deportiva es central y por supuesto el entorno familiar.
El pilar de la familia y las amistades
Esta generación configura su entorno familiar y de amistades como uno de los grandes pilares para alcanzar logros personales y deportivos. No se trata solo de intervenciones clínicas individuales, sino de repensar los entornos de práctica como espacios emocionalmente sostenibles y seguros.
Deben crearse entornos donde se valoren los siguientes aspectos:
La imaginación como herramienta táctica y emocional.
La perseverancia como proceso, no solo como resultado.
El pensamiento crítico como antídoto frente al conformismo.
La gestión emocional como una competencia clave del rendimiento.
Y esto exige, a su vez, revisar nuestras propias ideas adultas sobre el éxito, el esfuerzo y la dureza mental. Tienen difícil encaje los reproches de exjugadores/as y entrenadores/as, que cuestionan estas expresiones sin caer en la cuenta que lo hacen desde modelos que no responden a los esquemas de los jóvenes actuales.
No están pidiendo menos exigencia, sino otro tipo de acompañamiento: más coherente, más humano, más actualizado. Escucharles con atención, no solo con compasión, no es una opción ética, es una necesidad estructural.
Atender y aprender de esta nueva generación es, quizás, el mayor desafío y la mejor oportunidad para construir un deporte, y una sociedad, más saludable, humana y sostenible.
Maite Aurrekoetxea Casaus, Profesora Doctora en Sociología en la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas, Universidad de Deusto y Lander Hernández Simal, Doctor encargado, Universidad de Deusto
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.