
El número de personas de 100 años o más en Japón alcanzó un récord de casi 100.000, anunció el gobierno.
El "vamping" es un fenómeno de insomnio digital que trasciende la adolescencia y afecta a jóvenes y adultos. El uso prolongado del celular en la cama retrasa el inicio del sueño, altera la calidad del descanso y provoca consecuencias físicas y emocionales. La ciencia confirma que solo unos minutos más frente a la pantalla pueden transformar toda una noche, evidenciando la urgencia de adoptar hábitos tecnológicos que protejan el sueño y la salud mental en la era digital.
Salud02 de agosto de 2025 Nino AmatoEn la penumbra del dormitorio, la tenue luz azul de una pantalla se convierte en la última compañía antes de dormir. Lo que parece un inocente rato extra con el móvil se transforma, casi sin darnos cuenta, en minutos —u horas— que le restamos al descanso. Este fenómeno, conocido como vamping, ya no es territorio exclusivo de adolescentes: se multiplica entre universitarios y adultos, consolidándose como una nueva forma de insomnio digital.
Las investigaciones recientes arrojan un dato contundente: cada cinco minutos usando el móvil en la cama nos cuesta cuatro minutos más poder dormir. Esta relación ha sido confirmada en estudios sólidos, que no solo identifican el retraso en la conciliación del sueño por la exposición a pantallas, sino que celebran la eficacia de "desenchufarse": evitar el móvil al menos media hora antes de dormir, durante varias semanas, acorta la latencia del sueño, mejora la calidad del descanso y favorece el ánimo y la memoria.
Jóvenes y adultos: un hábito que se extiende y preocupa
Si bien el vamping se atribuye mayormente a la Generación Z, la realidad es que adolescentes, universitarios y adultos se ven atrapados en esta tendencia. Un estudio universitario mostró que consumir contenido emocionalmente intenso justo antes de dormir agrava el insomnio. El fenómeno es masivo: 70% de los jóvenes usa el móvil los 30 minutos previos a acostarse, y uno de cada tres admite que se despierta varias veces en la noche por las notificaciones.
Consecuencias conductuales: más allá del mal sueño
No se trata solo de dormir menos. El vamping tiene correlato en insomnio crónico, irritabilidad, bajo rendimiento escolar, fatiga intensiva y dependencia emocional de las redes sociales. Algunos estudios, como el realizado con adolescentes en Nicaragua, describen el patrón como una conducta adictiva, capaz de alterar en profundidad el ciclo de sueño y provocar serios trastornos cognitivo-conductuales.
Los mecanismos del daño: luz azul y autoboicot al descanso
La ciencia médica es clara: la luz azul de las pantallas inhibe la melatonina, la hormona que induce el sueño, lo que engaña a nuestro cerebro haciéndole creer que aún es de día. El resultado: retraso en el horario de descanso, menos horas totales de sueño, mayor riesgo de fatiga, ansiedad y hasta aumento de peso. Además, la procrastinación a la hora de irse a la cama ("bedtime procrastination"), se potencia con el móvil y se asocia a peor calidad de sueño y mayor incidencia de síntomas depresivos o ansiosos.
Recomendaciones ante el vamping: recuperar el hábito de dormir
Ante la expansión del vamping, los especialistas subrayan la importancia de la higiene del sueño:
Evitar dispositivos electrónicos al menos una hora antes de dormir.
Establecer una rutina de descanso regular.
El dormitorio oscuro, tranquilo y libre de pantallas.
Considerar, en casos más severos, la terapia cognitivo-conductual para el insomnio (CBT-I), que ha mostrado efectividad cuando se acompaña de buenos hábitos de uso de pantallas.
El vamping es ya una enfermedad digital moderna: roba horas de sueño en nombre del placer inmediato y la conectividad constante. La evidencia médica y psicológica es firme: basta un par de minutos extra de móvil en la cama para alterar toda una noche. Es momento de fomentar hábitos más saludables, acompañar con educación sobre tiempos de pantalla y promover campañas de salud pública que pongan en valor el descanso real y reparador.
El número de personas de 100 años o más en Japón alcanzó un récord de casi 100.000, anunció el gobierno.
Últimamente es habitual oír hablar de “dieta occidentalizada” o “patrón dietético occidentalizado”. A grandes rasgos, se refiere a una alimentación basada en el consumo de alimentos energéticamente densos (con alto contenido en grasas saturadas y azúcares añadidos), y nutricionalmente pobres (bajo aporte de vitaminas, minerales y fibra, entre otros). Dicho de otra manera, la “dieta occidentalizada” se caracteriza por un consumo elevado de productos procesados y refinados, carnes rojas y procesadas, azúcares añadidos y grasas saturadas, a la vez que un bajo consumo de frutas, hortalizas, cereales integrales y frutos secos.
Un estudio revela que incluso los estadounidenses más ricos mueren antes que los europeos más pobres. La diferencia no es genética, sino sanitaria: el acceso universal a la salud.
Ejemplos populares son las dietas de la piña, de la manzana, de la sandía, del melocotón, de la alcachofa, algunas que incluyen cereales como la dieta del arroz, e incluso regímenes basados en la ingesta de alimentos proteicos como el atún o la leche. Su aparente simplicidad y la promesa de obtener resultados rápidos explican su éxito.
Ni el hielo más remoto del planeta escapa a esta amenaza invisible. Genes de resistencia a los antibióticos se encuentran en excrementos de aves migratorias, casquetes polares en retroceso y sedimentos del océano austral. Su dispersión no conoce fronteras y avanza por la contaminación humana y el cambio climático.
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Los legisladores del Partido Demócrata de Estados Unidos anunciaron el jueves que presentarán un proyecto de ley para «proteger la libertad de expresión», que consideran amenazada por Donald Trump y su gobierno, especialmente tras el asesinato del activista conservador Charlie Kirk.
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